LA(S) HISTORIA(S)

En efecto, para todos ha llegado el momento de cuestionar la metodología con que se ha revisado la Historia. No se refieren estas palabras desde la perspectiva del especialista en dicha disciplina, sino desde la posición de la lectura atenta a las glosas y a los varios criterios con que la Historia ha sido revisada a lo largo de los tiempos. Desde la conciencia del paso de la Humanidad sobre la Tierra hubo elementos que hicieron tomar nota de las vicisitudes de los individuos y de las comunidades también ha habido nociones de los procesos. Los pueblos son los que parten de las causas, los que promueven y reciben los efectos de sus acciones. Hay catapultas que gatillan procesos, y es difícil advertir el peso del desarrollo tales procesos.

Ya no se halla el mundo en tiempos de ciertos historiadores alemanes del siglo XIX, que veían en la mano de la Providencia las causas de los acontecimientos. Los pueblos deben asumir la responsabilidad con más peso de lo que venían haciéndolo. Y una de las respuestas es la educación. Los ámbitos formativos son de decisiva importancia. Decía José Fontana que detrás del maquillaje de gran parte de la historia actual (que llama los ecos renovadores de las últimas tecnologías) están los síntomas persistentes de un «positivismo trasnochado». El mundo requiere soluciones a la distribución de la riqueza y a la tan ansiada paz. Los conflictos de variada índole (por recursos, o motivados por la religión, la política, las ideologías) no permiten divisar un horizonte en que se vean finalizados. Se había tratado en una entrega anterior sobre las utopías, y pueda que en estos dos eslabones resida la cadena mayor de la convivencia utópica: la paz y la mejor distribución de recursos.

Lo dicho previamente apunta a quienes son los protagonistas de la Historia. Otro estadio medianamente superado es el de pretender una refundación según los ciclos representados por las cabezas de gobierno; lo mismo que adjudicar periodos de catástrofe o bonanza a la gestión de un único responsable visible. Se hizo con los que ocuparon el papado, se hizo con los monarcas, se hace con los jefes de Estado en las democracias contemporáneas. Releyendo el orden establecido, el acaparamiento de la mirada de todos hacia la clase dominante es un escollo para ver los movimientos sociales, especialmente ahora cuando es muy notorio el peso de la clase trabajadora y de los integrantes de la clase media.

Los acontecimientos que vive el ciudadano del mundo no deben relatarse al servicio de cada sujeto interesado. ¿Deben ser, en lo posible, objetivos? Caben ahí otras consultas automáticas: ¿puede avanzar la Historia sin una interpretación por parte de quienes la proyectan hacia los demás?, ¿debe la Historia convertirse en una serie de datos seriados cronológicamente, sin más? El ciudadano de hoy está llamado a situarse en el tiempo y en el espacio, a recuperar conciencia social, a caer en la cuenta de que el argumento de que los protagonistas son tales o cuales es, en realidad, una falacia de falso dilema. No se trata de asumir una sola de dichas posiciones ni de defender tan solo a uno de los interesados. El individuo y el pueblo o, como quieren verlo algunos, el héroe y la masa no se pueden contraponer, puesto que se movilizan en ámbitos paralelos, aunque relacionados. La Historia puede ser leída como las historias; o vista como un amasijo de vías, como un haz de caminos, como una trenza que no conoce final.

Luis Carlos Mussó