Asesinos en serie

“Mijo, venga, acompáñeme allí y le doy 200 pesos”. Con esta frase Luis Alfredo Garavito abordó a Carlos Alberto, un humilde niño de 10 años que jugaba en la plaza principal de Circasia, en Quindío.

Lo hizo como siempre: lo sedujo con regalos, le pidió su ayuda, lo trasladó a un monte solitario y justo allí comenzó toda su barbarie.

Carlos Alberto caminaba con Garavito hacia el Alto de la Taza, durante el largo recorrido al niño no le pasaba por la cabeza lo que ese hombre de baja estatura y que posaba como un tipo amable estaba a punto de hacerle. Su personalidad era la de un adulto introvertido, callado y aplicado.

“Niño, a mí no me gustan las mujeres sino los hombres”, le dijo Garavito al pequeño al llegar a un morro. De inmediato sacó un cuchillo, se lo puso en el cuello, lo apretó con fuerza y prosiguió: “¿Cómo quiere que me lo coma?”.