Oficios que han acompañado a la urbe en 200 años de libertad aún se ven en varias calles y barrios de Guayaquil
Si bien Guayaquil es una ciudad de avance hay oficios de antaño que continúan en las calles, en los barrios y ciudadelas. Ni quienes los ejercen ni la demanda de estas actividades han fenecido. Se mantienen en el tiempo aunque menos con relación a épocas anteriores.
Desde inicios del siglo pasado había una amplia gama de personajes ambulantes que –a viva voz– pregonaban o hacían sonar algún instrumento para anunciar su llegada.
Son varios casos: el afilador de cuchillos, el canillita que vende periódicos y guachitos de la lotería, el panadero que en su bicicleta o triciclo lleva una canasta llena de panes y dulces, el carbonero que con un carretón tiene en el burro un medio de transporte en el que recorre el sur y suburbio.
Se suman otros que ya casi se han extinguido pero que fueron recogidos por Germán Arteta Vargas en su obra ¡Qué oficios aquellos!, que presentó el primer trimestre del 2019.
Allí constan, por ejemplo, el dactilógrafo, persona que se dedica profesionalmente a escribir a máquina; el curtidor, quien tiene por oficio curtir pieles en su taller o local, la chaperona o dama de compañía, una señora de edad madura que suele acompañar o cuidar a una joven o señorita.
Es parte de la historia popular del Puerto Principal del país que el 9 de octubre cumplirá el bicentenario de su independencia española.
Jornadas como la del afilador de cuchillos y tijeras se inician a las 06:00 por el mercado Caraguay y diversas ciudadelas del sur.
El hombre hace sonar su flautín para alertar a sus clientes: carniceros y vendedores de pescados, pollos, frutas de los mercados.
Solicitan sus servicios amas de casas y cocineros de restaurantes. Además, afila los cuchillos y machetes de los vendedores ambulantes de cocos. “También las tijeras de los sastres, costureras y peluqueros y las más grandes de los jardineros del Malecón 2000”, agrega. La tarifa por sus servicios es enteramente popular, dice. Ya a las 15:00, cuando los mercados municipales cierran sus puertas, el afilador emprende su regreso a casa.
Pero hoy como ayer, los niños de las barriadas rodean al afilador atraídos por el espectáculo de las chispas saltando cuando se produce el contacto de la piedra de afilar en movimiento con el cuchillo.
En ciertos barrios, cuando los gallos inician sus cantos mañaneros anunciando que ha comenzado un nuevo día es cuando Ítalo Reyes Benavides, guayaquileño, de casi 70 años, sale de su morada en la Trinitaria, por el segundo puente. El Primo, como es conocido, sale con su charol de madera lleno de ostiones sobre la cabeza. Los ostiones no los compra en mercado alguno, él los recoge en el manglar.
Por los alrededores del mercado Central, el mercado de las Cuatro Manzanas y sus alrededores, ofrece ese cebiche potente acompañado de una salsa picante y limones.
Segundo García Mora, guayaquileño de 61 años, desde hace casi treinta trabaja como gasfitero. “Primero trabajaba en las construcciones, después me metí en la gasfitería, oficio que aprendí en el Secap” cuenta el hombre con orgullo.
A bordo de su bicicleta, sus recorridos son desde Bellavista hasta la ciudadela la FAE. “Si es que hay –trabajo– es que hay. Si no, no hay”, expresa García.
Todos los días sale de su casa a las 07:00 hasta que termina el recorrido. “En las casas hay daños difíciles, pero el que ya sabe, sabe su oficio y tiene que dejar un trabajo bien hecho para que tenga garantía sobre la persona de uno”, manifiesta.
Comenta que está acostumbrado a pedalear su bicicleta y llevar atrás una caja metálica en cuyo interior están sus herramientas que son pesadas.
“Sufro de la columna, los riñones y las piernas. Pero vamos adelante gracias a mi Dios con tal de que no me pase nada”, menciona el hombre.
“¡Plomero, gasfitero!” es el grito que suelen escuchar quienes viven en la ciudadela Alborada séptima etapa. Se trata de otro hombre que ofrece servicios de gasfitería.
Mientras, por el tradicional barrio Garay, un carbonero reparte sacos de este producto a dueños de negocios de comida preparada que hay allí.
Sus clientes son, por ejemplo, la dueña de un local de venta de llapingachos en la 14 y Huancavilca, restaurantes ubicados en Colón, entre la calle 11 y av. Ismael Pérez Pazmiño.
El oficio de hacer carbón aún se mantiene vivo en el noroeste de la ciudad, en el sector conocido como La Ladrillera, donde varias personas trabajan elaborando este producto y lo entregan a quienes se encargan de venderlo en las calles y negocios ubicados en varios sectores de la urbe porteña.
Fuente: El Universo