Los héroes anónimos del sismo del 25 de enero de 1999 en Armenia
A las 1:19 de la tarde del lunes 25 de enero de 1999, Faber Mosquera estaba almorzando con su esposa y su mamá en el barrio Uribe. Al otro extremo de la ciudad, María Grisela Benítez estaba en su apartamento, en el edificio Altos de la Calleja mientras que Luz Patricia Hurtado Álzate estaba departiendo en su hogar con su familia.
Cuando terminaron los 38 segundos que duró el sismo, Benítez, que en ese entonces se desempeñaba como la directora del Comité Regional para la Prevención y Atención de Desastres (Crepad) Quindío, solo atinó en bajar las escaleras de su edificio y buscar la ayuda de los bomberos para una mujer que gritaba desde otro apartamento pues había quedado atrapada. Como pudo tomó un taxi y cuando comenzó a recorrer la ciudad se dio cuenta de la tragedia que se estaba viviendo en la ciudad.
“Los radios no nos funcionaban y solo pude saber 5 minutos después que la estación de bomberos se había caído. Eso fue muy difícil para mí. Sin embargo seguí hacia la Cruz Roja para coordinar todo, nosotros habíamos hecho un trabajo previo que fue muy importante para enfrentar la emergencia”, relató la mujer.
Las lágrimas aparecen en su rostro cuando intenta hablar de su amigo, el comandante en guardia el día del sismo, el teniente Jesús Gómez Agudelo, y quien quedó sepultado junto con cinco bomberos más bajo la estación del Cuerpo Oficial de Bomberos de Armenia.
“Éramos muy amigos, aquí no se trata de instituciones, nosotros también somos personas. En medio de toda la coordinación de la emergencia, solo me vine a dar cuenta de su muerte en la tarde y fue demasiado duro. Lloré 15 minutos y me tocó respirar profundo y seguir trabajando porque teníamos que seguir salvando vidas pero duramos mucho tiempo con el corazón arrugado”, contó la actual subdirectora Nacional para la Reducción del Riesgo de Desastres.
Agregó que para enfrentar la emergencia como la coordinadora del comité regional “tuve que ser muy fuerte, en muchos días no supe nada de mis hijas. Las personas que se atrevieron a juzgarnos en esa época, no conocen lo que es trabajar salvando vidas, porque lo que nosotros hicimos fue entregar nuestras vidas en medio del desastre”, narró Benítez.
Desde otro extremo de la ciudad, Luz Patricia Hurtado, quien dirigía el Reinado Nacional del Café en 1999, también buscaba cómo ayudar a las víctimas. Fue ahí cuando se juntó con Sor Susana, una hermana veladora de Armenia que intentaba repartir 10 toneladas de insumos que había donado una misión de 10 jóvenes médicos de la universidad Juan N Corpas.
“Nos fuimos para el barrio Santander en mi carro con los médicos y llevábamos insumos todo el tiempo. Allí había medio cambuches pero todo el mundo nos ayudaba a montar los consultorios improvisados y todos colaboraban. En medio de la tragedia tan horrible, la gente se tomaba el trabajo de prepararnos tinto”.
Durante un mes recorrieron varios barrios y municipios. “Fuimos un apoyo porque no dejamos que la gente se fuera a llenar más los hospitales sino que logramos atenderlos con los 10 médicos y nos mandaron unas nueve donaciones más de Bogotá, creo que repartimos 100 toneladas en un mes. Él que más nos ayudó fue el médico Freddy Kuan. En esa universidad y los papás de los muchachos recolectaron muchísimas cosas.
¿A quién ayudar?
Mosquera, que para la época era radioaficionado en el Comité Regional para la Prevención y Atención de Desastres (Crepad), es decir, brindaba apoyo de comunicaciones entre los organismos de socorro y el resto de la comunidad.
Ese día, tras el sismo de 6.2 grados en la escala de Ritcher que sacudió al Eje Cafetero, salió de la vivienda junto con su familia. El edificio de enfrente y decenas de casas del sector se habían venido abajo con el movimiento telúrico.
“Empezamos a ayudar a las personas que estaban atrapadas en varias casas y cuando salí vi una de esas imágenes que lo marcan a uno. Un señor llevaba en brazos a su hija y gritaba por ayuda, y mi esposa me decía que le ayudara, pero la niña tenía un trauma tan severo en su cabeza, que, o estaba muerta o estaba agonizando y es ahí donde uno tiene que decidir a quién ayuda y a quién no”, dijo Mosquera, quien 20 años después del sismo, dirige la Unidad Departamental de Gestión del Riesgo de Desastres del Quindío.
“Debes decidir entre los gritos de los sobrevivientes y los gemidos de los moribundos (…) es una decisión rápida porque no puedes perder tiempo ya que no puedes salvar a aquellos que están muriendo, en medio del desastre y el desconcierto hay otras víctimas con más posibilidades de vivir”, dijo Mosquera durante la emergencia. Su frase quedó plasmada en uno de los 13 afiches que hacen parte de la exposición sobre la tragedia, que está exhibida en el centro de convenciones de Armenia.
Esta exposición, liderada entre otras personas por la ingeniera geóloga, Marie Joelle Giraud, coordinadora del Museo del Saber del Riesgo de la Unidad Nacional de Gestión del Riesgo de Desastres, cuenta detalles inéditos detrás de la emergencia. “Una de las historias más hermosas es el recorrido que tienen que hacer unos socorristas de Tuluá, que toman un bus y lo acondicionan como ambulancia y con las puertas de casas improvisaron unas camillas. Atendieron 10 pacientes luego llevaron 10 para Tuluá, luego atendieron más heridos. En la parte delantera le pusieron un trapo con la Cruz Roja”.
“A uno le dicen que sucedió algo así pero no logra dimensionar el caos hasta que llega al sitio, por eso el país no ha dimensionado lo que sucedió en Armenia, porque si uno no lo vive, no sabe lo que es”, narró la geóloga.
LAURA SEPÚLVEDA
PARA EL TIEMPO