Del afecto, los acuerdos y el poder de las alianzas

“Dime con quién andas y te diré quién eres”, dice el famoso refrán atribuido a la sabiduría popular, que en realidad es una expresión de Sócrates citada por Aristóteles en su célebre tratado sobre la amistad.

¿Y si pensáramos al revés? Y dijéramos: Dime quién eres y te diré con quién andas. ¿Tendría algún sentido orientador de la crisis de identidad que experimentamos en algún momento de nuestra vida?

¿Por qué la necesidad de afecto nos obliga a relacionarnos con personas con las que queremos compartir nuestros proyectos, alegrías, frustraciones de la vida o simplemente para pasar un rato agradable? ¿Cuál es el perfil de aquellos a quienes confiaremos los secretos más sensibles?

Si somos, sabemos con quién andamos. Si no andamos, será imposible saber quiénes somos. Sabemos quiénes somos y con quién andamos, cuando logramos definir nuestros niveles de afecto.

Siempre será más fácil identificarnos a partir de la conexión que construimos con nuestros semejantes, desde nuestros afectos. El afecto logra medir nuestra inteligencia emocional por la valoración que le damos a los sentimientos que se experimentan hacia las personas, los lugares o las cosas.

Donde están las razones que generan pasiones, viven los deseos, las tristezas y las alegrías. Los afectos son motores que dinamizan nuestra existencia. Sin el vínculo afectivo, la racionalidad es un combustible que no es capaz de generar energía, solo produce estática, parálisis y contaminación.

Nuestra sociedad solo se pondrá de acuerdo sobre los asuntos que tenemos por resolver, cuando el afecto sea el inicio de los compromisos

Lo que causa interés, satisfacción, gusto, empatía y confianza, determina nuestra capacidad de asociación. Nadie está con quien no le proporciona esa sensación de agrado y cercanía que solo produce el afecto.

El afecto es un efecto emocional sobre el cual se proyectan la compañía, la ternura y el amor. Los afectos contienen sentimientos, emociones y pasiones, que marcan la formación, el desarrollo, la madurez y el propósito de la vida.

Quien carece de afecto, termina encerrado en la más triste depresión conocida por la humanidad. Quienes se ganan el afecto de los demás tienen la capacidad de influir sobre sus decisiones y son agentes constructores de acuerdos.

La mayoría de nuestros problemas residen en la imposibilidad de ponernos de acuerdo para tomar decisiones que beneficien a las mayorías, precisamente porque las alianzas ignoran el afecto que fortalece las relaciones entre las personas y se construyen únicamente para generar rendimientos o beneficios particulares, en detrimento de las necesidades colectivas.

Si se estima al otro, difícilmente se vivirá cerca de él sin ponerse de acuerdo para desarrollar tareas comunes. Nuestra sociedad solo se pondrá de acuerdo sobre los asuntos que tenemos por resolver, cuando el afecto sea el inicio de los compromisos, que garanticen inclusión, justicia, equidad, tolerancia, respeto y sobre todo confianza en el que anda con nosotros, porque tenemos clara la razón para andar con él y fijar nuestras alianzas.

Las alianzas son esenciales para la consecución de logros comunes que permitan superar las dificultades, construir consensos y generar ambientes propicios para el cambio que garantice el progreso social que espera la ciudadanía.

Los mejores candidatos no son aquellos que prometen soluciones en tiempos electorales y sólo visitan las comunidades para ganarse el favor popular durante sus campañas políticas, valiéndose de recursos y actividades proselitistas que promueven alianzas basadas en intereses burocráticos, clientelistas o partidistas.

La mejor opción en democracia, será aquél liderazgo que logre concebir el poder de sus alianzas, la fuerza de sus afectos y las garantías de sus acuerdos, desde las ideas y los perfiles que sean evidencias claras de quiénes son porque se conoce con quiénes andan.

Julio César Hénriquez Toro

Catedrático universitario y abogado

Especial para EL TIEMPO

BARRANQUILLA

Email: [email protected]

@JulioCesarHT