El ocaso de las ladrilleras en el Valle de Aburrá
Hurgando en su escritorio, Rafael Arango, saca un sobre blanco de fotografías. A unos cuantos pasos de su oficina está la ladrillera, donde más de 30 trabajadores mezclan las tierras, atizan el fuego y mueven miles de ladrillos listos para ser horneados. Al destapar el sobre, Rafael se queda mirando en silencio una de las fotos en la que puede verse a dos hombres construyendo una chimenea, que sobresale de un amplio techo de láminas metálicas. Detrás aparece una montaña llena de árboles.
“Mis abuelos vivieron aquí en donde queda Ciudadela del Valle. Era una finca grandísima. La casa donde está la Secretaría de Medio Ambiente es la misma donde vivieron mis abuelos, mi mamá, mis tíos”, dice señalando la montaña vacía de la foto. “Cuando la familia vendió, hace más de 10 años, empezaron los constructores a hacer urbanizaciones”, explica.
Arango es el dueño de la ladrillera Santa María, ubicada en la vereda El Ajizal, al noroccidente de Itagüí. Desde hace una década, esa zona es el centro de una intensa expansión urbana, que cada vez hace más difícil la permanencia de las ladrilleras por varias razones.
En Itagüí muchas unidades residenciales fueron levantadas a escasos metros de las chimeneas.
Guillermo Ossa. EL TIEMPO
En primer lugar, la masiva llegada de residentes ha incrementado el número de quejas ante las autoridades ambientales. La presión ciudadana genera que las autoridades incrementen sus visitas a las ladrilleras y sean más estrictas con el cumplimiento de los estándares. Cumplir con los estándares es costoso, ya que exige reemplazar la maquinaria vieja y hacer adecuaciones al proceso de producción.
Por otra parte, el cambio en el uso del suelo genera que se incremente su valor. Esto hace más rentable cerrar las fábricas y vender los terrenos, como explicaron gerentes de varias ladrilleras consultados.
Además, deben tenerse en cuenta las cientos de personas cuya subsistencia está atada al sector del ladrillo, tales como empleados directos, transportadores y otras empresas que forman parte de la cadena productiva, como las canteras de extracción de arcillas y las constructoras.
“Esos hornos permanecen encendidos día y noche, a veces emiten un ruido que no deja dormir. Aunque yo soy arrendataria, muchos vecinos que sí son propietarios dicen que les prometieron que las ladrilleras cerrarían pronto, pero hasta hoy eso no ha pasado”, dice una habitante de la Urbanización Ciudadela del Valle, construida hace siete años. Ella asegura barrer todas las mañanas un polvo fino que amanece esparcido en el piso de su apartamento, producto de las chimeneas.
El Departamento de Planeación de Itagüí informó que en los últimos años fueron levantados 13 proyectos inmobiliarios al noroccidente del municipio, en la zona donde siempre estuvo el sector ladrillero.
Determinar el número exacto de ladrilleras, y su evolución a lo largo de los años, representa un reto estadístico. La dispersión de las fábricas a lo largo del valle, que se ubican tanto en zona rural como urbana, dificulta que haya una entidad pública que centralice esa información. Además, las investigaciones históricas sobre ese sector de la economía antioqueña son muy pocas.
Víctor Aristizábal, director de la Asociación de Ladrilleros Unidos de Antioquia (Lusna), estima que para la primera mitad del siglo XX en el Valle de Aburrá había aproximadamente 70 ladrilleras. Hacia la segunda mitad del mismo siglo no superaban las 40, para llegar a un número de 21, en Medellín e Itagüí, este año.
La ladrillera Santa María ha invertido miles de millones de pesos para disminuir su impacto ambiental. Sin embargo, aún utiliza carbón molido en sus hornos.
Guillermo Ossa. EL TIEMPO
El líder del gremio ladrillero explica que la expansión urbana sitúa la ciudad cada vez más cerca de las ladrilleras, por lo que dice no hay ninguna ladrillera que no esté en un entorno urbano. “Lo que buscamos es hacer los procesos en un grado de limpieza hasta el punto que sea posible estar en medio de un barrio”, asegura.
Rafael Arango continúa hurgando sus fotos y exhibe una donde aparece un horno Pampa, una estructura de ladrillo con una ancha abertura en el techo, cuyas llamas eran alimentadas por bultos de cisco de café.
Mientras observa la foto explica que el horno hacía parte de un chircal de al menos 80 años de antigüedad, que compró en 2002 para construir su ladrillera, ya que las autoridades ya no expedían permisos para nuevas fábricas.
“El horno Pampa se llenaba de ladrillos por dentro, aproximadamente con 8.000. Una vez llegaban hasta arriba, se tapaban con tejas y generaban un humero tremendo. Ahora usamos un horno túnel, que contamina menos y es más eficiente”, dice Arango.
En el 2002 la zona noroccidental de Itagüí aún no tenía los grandes edificios que hoy rodean a las ladrilleras.
Cortesía Rafael Arango
Los hornos pampa eran alimentados con cisco de café. A partir de la década de 1990 la mayoría de las ladrilleras abandonaron esta tecnología.
Cortesía Rafael Arango
Así se veía el tejar de mano o ‘chircal’ comprado por don Rafael para construir su ladrillera. Por la parte superior salía el humo del horno pampa.
Cortesía Rafael Arango
Atravesando la ladrillera Santa María, operando la máquina extrusora (la que comprime la arcilla húmeda y expulsa los ladrillos) está Eduardo Muñoz, que lleva 40 años trabajando en las ladrilleras de El Ajizal.
Muñoz comenzó trabajando como ‘garitero’, llevando los almuerzos a los obreros de la fábrica cuando aún era adolescente. Su primer día de trabajo fue después de cumplir los 18 años, cuando comenzó a cargar ladrillos. A lo largo de los años fue pasando por varios puestos de la ladrillera y aprendió todo el proceso de fabricación.
“Muchas personas no aguantan el trabajo porque lo consideran muy duro. Muchos llegan y por el calor y el cansancio físico se van a las pocas semanas. Aquí han llegado personas con unos físicos los berracos y no han durado más de medio día. Ojalá esto no se acabara”, dice Muñoz.
Eduardo Muñoz lleva 40 años trabajando en el sector de los ladrillos.
Guillermo Ossa. EL TIEMPO
Al otro lado de la misma montaña, en el corregimiento de San Cristóbal en Medellín, Gabriel Cuartas, gerente de la ladrillera San Cristóbal, considera que el futuro del sector está en la renovación tecnológica y disminuir cada vez más el impacto ambiental.
Cuartas asegura que la ladrillera San Cristóbal es uno de los complejos más automatizados y sostenibles del sector ladrillero en el departamento, ya que en su planta central utiliza un horno que funciona solo con gas natural y una línea de producción automatizada por completo.
En la ladrillera San Cristóbal ningún obrero carga ladrillos. Unos cuantos operarios controlan todo el proceso productivo.
Guillermo Ossa. EL TIEMPO
El calor producido por el horno de gas natural es después aprovechado para secar los ladrillos.
Guillermo Ossa. EL TIEMPO
La actualización tecnológica hace parte del esfuerzo del sector ladrillero para sobrevivir en el futuro.
Guillermo Ossa. EL TIEMPO
La presión inmobiliaria y las quejas de los vecinos cada vez hacen más difícil la permanencia de las ladrilleras en el perímetro urbano del valle de Aburrá. La subregión del suroeste antioqueño, sobretodo el municipio de Amagá, se proyecta como una zona atractiva para la llegada de las ladrilleras, dada su riqueza en arcillas y su cercanía a las minas de carbón.
Aristizábal, director de Lunsa, considera que los procesos de renovación tecnológica de muchas ladrilleras han hecho que el sector tenga buenas perspectivas. Por ejemplo, varias empresas comenzarán a implementar una tecnología híbrida para quemar los ladrillos con una mezcla de carbón y gas natural, para disminuir las emisiones.
Sin embargo, los ladrilleros que tienen los altos edificios de las urbanizaciones encima no son tan optimistas y estiman que en una década podrían apagar los hornos. Entre tanto, las constructoras continúan levantado apartamentos construidos con los mismos ladrillos que hoy hacen parte del conflicto.
JACOBO BETANCUR PELÁEZ
Para EL TIEMPO
MEDELLÍN
En Twitter: @JacoboBetancur