Los niños no nacidos, el capítulo pendiente de Bojayá
Gigiola orinaba sangre y sentía escalofríos, y así se tuvo que subir al bote que la llevó, junto con tres de los cuatro hijos que tenía entonces, hasta Quibdó. “Me atendieron otros médicos en Quibdó y me mandaron para la casa. Como a los dos días tuve que subir otra vez al hospital porque me estaba hinchando. Me hospitalizaron y me mandaron una ecografía, ahí se dieron cuenta de que el niño estaba muerto”. Después de 17 años, permanece en la capital chocoana.
La remitieron al hospital San Francisco, de segundo nivel, donde le pusieron una inyección para forzar el parto de su bebé fallecido, el 17 de mayo del 2002. Habían pasado 15 días desde la masacre de la iglesia de Bojayá. “Los médicos no me explicaron nada, pero yo alcancé a ver en la historia clínica que hubo un desprendimiento de placenta”, explica.
Está convencida de que el niño –Geimar Palacios Rentería, así lo iba a llamar– murió por el golpe que ella sufrió mientras se montaba al bote para huir. Ella no estaba enferma y sus embarazos siempre fueron normales. A todos los demás hijos los tuvo en su casa, con la ayuda de parteras.
El impacto sobre su vientre al subirse al bote no fue el primero. Rumbo a la orilla del río también sufrió varios golpes, porque el pueblo estaba inundado por el río Atrato y bajo el agua no se ven las raíces que baja el caudal. Además, Gigiola le agrega el susto que sintió en medio del enfrentamiento por las balas que iban y venían a lo ancho del Atrato.