El lutier que traspasa su saber a jóvenes vulnerables en Manizales
Tobías Bastidas es uno de los cinco lutier certificados que quedan en el Eje Cafetero. Desde los 13 años se dedica a elaborar instrumentos de cuerdas pulsadas, conocimiento que recibió por instrucción de su padre. Bastidas ahora es el encargado de transmitir este oficio, en peligro de extinción, a nuevas generaciones.
Él reconoce que no es un oficio muy apetecido por los jóvenes, pues la construcción de instrumentos no es fácil de aprender, las piezas son complejas y tarda tiempo dominar la técnica, además, hacer un solo instrumento dura cerca de un mes. Sin embargo, encontró con quienes compartir su cocimiento.
Son diez jóvenes de la escuela de trabajo del Instituto Colombiano de Bienestar Familiar, en la Ciudadela Los Zagales, en Manizales, lugar donde los menores llegan a hacer la restitución de sus derechos y a cumplir sanciones por alguna infracción cometida antes de cumplir su mayoría de edad.
Los estudiantes hacen parte de Compaz, el proyecto de elaboración de instrumentos de cuerdas pulsadas que lidera la Secretaría de Cultura de Caldas y que tiene como meta que sean ellos quienes doten a las Escuelas Departamentales de Música de los estos instrumentos, indispensables para conservar la música tradicional de la región.
Estas escuelas tienen en la actualidad más de 3.600 estudiantes en los 27 municipios y anualmente necesitan, por lo menos, 500 instrumentos nuevos para reemplazar los desgastados y atender a estudiantes nuevos.
Por esto, el coordinador del Plan Departamental de Música de Caldas, Paulo Olarte, se puso en la tarea de encontrar quién en Colombia los fabricara y se dio cuenta de que no hay suficiente oferta.
Este músico, con otros ingenieros y diseñadores caldenses, creó máquinas de control numérico computarizado, conocidas como CNC, una herramienta similar a las impresoras 3D, en las que se hace el diseño de algunas piezas y se moldea. Así, un instrumento está listo en menos tiempo de lo que se tardaría con la forma tradicional.
“Pensamos en este lugar porque esta es una buena oportunidad de aprender algo nuevo y allí hay muchos jóvenes a quienes les falta, precisamente, una oportunidad. Con este aprendizaje ellos salen y pueden ejercer un oficio que tiene un mercado y del que hay necesidad”, señaló Olarte.
Entre los aprendizajes que adquieren en esta labor está el manejo de la máquina, el proceso de ensamble de los instrumentos, qué deberían tener para ser de buena calidad e, incluso, cómo deberían sonar.
“Ellos llevan un poco más de siete semanas y tienen listos casi 15 instrumentos, algo imposible de lograr en otras condiciones. Un artesano se tardaría, por lo menos, cuatro meses más”, apuntó Olarte.
De acuerdo con el coordinador, una máquina similar a la creada por estos caldenses, en el mercado tiene un costo que supera los 80.000 dólares, por lo que como resultado del proceso también se espera que puedan suplir la deficiencia del mercado.
Olarte agregó que con esta ayuda tecnológica ellos fabrican cerca de ocho instrumentos por mes, mientas que un lutier se puede tardar alrededor de 20 días en hacer solo uno de estos. “La idea es que, a futuro, se conviertan en los proveedores de instrumentos del departamento y del país. Nosotros les facilitaríamos la herramienta, el maestro Bastidas les da los consejos y ellos conseguirían la materia prima, que es muy barata”, mencionó el coordinador.
En cuando al enfoque social del proyecto, Tobías Bastidas es quien de cerca ha podido ver los avances y aseguró que ha generado en los jóvenes nuevos expectativas.
“Les causa emoción ver cómo una pieza hecha por ellos encaja a la perfección con otra, se interesan en por qué se ponen las cosas de una manera o de otra y cómo eso influye en el sonido. Cada cosa les ha causado interés, hasta el punto de escuchar las músicas que se interpretan con los instrumentos que están fabricando”, explicó el lutier.
Para Bastidas, a los jóvenes les genera motivación pensar que al terminar su proceso de restitución “saldrán y podrán seguir haciendo tiplillos, bandolas, guitarrillos, ukeleles o guitarras”.
Conservar la tradición
Paulo Olarte, además de coordinar las escuelas departamentales, es un tiplista reconocido en el país y ha llevado el bambuco, el pasillo y las guabinas a decenas de escenarios del mundo de mano de la agrupación Ensamble Cruzao.
“Como entidad de patrimonio tenemos la responsabilidad de salvaguardar nuestras músicas. Por eso la meta es inculcarle a los niños el amor a estos géneros. De ahí la necesidad de que estos instrumentos nunca falten”, apuntó.
Olarte reconoce que la música Andina no es un género muy llamativo en los últimos tiempos, pero tiene claro que de a poco e interpretando otros géneros en tiples y bandolas se acercarán a “la belleza” de estos instrumentos típicos, hasta que ellos mismos se enamoren y los protejan.
LAURA USMA CARDONA
PARA EL TIEMPO
MANIZALES