De la violencia y las balas en La Sierra, al ritual de cultivar café

Un recorrido en bus de 45 minutos, sujeto a cambios según el tráfico, separa al barrio La Sierra del centro de la ciudad. Al oriente de Medellín se extiende ese caserío de más de 3.000 habitantes que durante muchos años tuvo que convivir con lo que en ese entonces era parte del paisaje: la guerra urbana.

Sin embargo, cuando ella terminó, La Sierra encontró la manera de recomponerse ante la vacante que dejó el conflicto en el territorio: los cultivos de café.

Al otro extremo de la ciudad, en el occidente, se levanta el exclusivo sector de Laureles. Y en una cuadra de la avenida Nutibara, localizada en este barrio, está Rituales Café. A la entrada del lugar reposa un tablero de tiza cuya inscripción dice: “Nuestro café es del barrio La Sierra de Medellín”.

Una vez se ingresa al sitio, en el recorrido hasta la barra, se pueden apreciar varios retratos que cuelgan en las paredes en las que los protagonistas de cada fotografía son los caficultores de La Sierra. Yesid, Pedro, Gabriel, Guillermo, Julia y Silvio son solo algunos de los trabajadores que se ven homenajeados en las paredes del local.

Las bolsas de café molido que venden en Rituales tienen un detalle particular: en la parte de atrás se logra apreciar el nombre del caficultor que estuvo a cargo del proceso de esos granos y la fecha de cultivo.

Café cultivado en La Sierra

Para Yesid, cuidar cada grano es fundamental para garantizar calidad a quien lo reciba. Para él es un orgullo ir a Rituales y ver su nombre en las bolsas de café.

Foto:

Cortesía Martín Villaneda

Para algunas personas eso puede ser nada, para Yesid es un orgullo ir a Rituales y ver que en esas bolsas está su nombre y el de sus compañeros caficultores. Y es que Yesid Guzmán ha sido partícipe de los dos momentos que ha vivido La Sierra: las balas y el café. De la primera fue víctima y de la segunda uno de sus principales promotores.



“Yo llegué de 8 años al barrio,cuando mataban a uno y al otro”, recuerda. Nació en Santa Fe de Antioquia en 1983 y vivió allí hasta que el lugar de destino de su familia fue La Sierra que, para ese momento, era un sector de invasiones.

“En ese entonces no podíamos dejar el mercadito por ahí porque se lo robaban. Teníamos que hacer un hueco y enterrarlo. A veces mi mamá estaba cocinando, llegaban los ladrones y se llevaban la comida con todo y olla. Esos manes aparecían con esas pistolas de cuatro tubos y decían: cojan las gallinas, cojan esa vaca y escogían la mejor res y la mataban ahí, delante de uno. Se llevaban toda la carne buena y nos dejaban los huesos”, cuenta Yiyo, como es conocido por sus amigos y familiares.

A sus 36 años no ha aprendido a leer y lo explica diciendo que “no todos nacimos para estudiar. Yo no servía para eso”. A pesar de todo, de su padre aprendió dos cosas que le han permitido llegar hasta donde está: el trabajo duro y el oficio de caficultor.

A sus 19 años conoció a Amalia Urrego quien, con el tiempo, se convertiría en su esposa.

A veces mi mamá estaba cocinando, llegaban los ladrones y se llevaban la comida con todo y olla

Todos los días se levanta en cuanto el sol asoma y junto con su esposa sube a la Microcentral de Beneficio, el espacio del que están encargados y está destinado para llevar el registro de los procesos de los casi 30 caficultores que hay en el sector. Pero allí también se cultiva, recolecta, despulpa, lava, fermenta y se seca el café.

Luego de una caminata de 30 minutos por los empinados senderos de La Sierra, la mitad de concreto y la otra naturales, se llega a una finca que se levanta casi en la cima de una de las montañas que rodean el valle de Aburrá, esa que separa a Medellín del altiplano de Oriente.

La repartición del espacio es simple: al frente hay una construcción de madera donde Yesid, Amalia y Pedro —el otro caficultor que se instala en la Microcentral de Beneficio— guardan su ropa y equipo de trabajo.

En el centro hay una mesa donde se sientan a almorzar y a un lado una hamaca cuya utilidad es poca, pues la mayoría del tiempo los tres están laborando. Al fondo, subiendo por la montaña, se extienden más de dos hectáreas de tierra donde también siembran plátano, yuca, banano, cebolla, maíz y mandarina.

Café cultivado en La Sierra

Yesid, un año después de expresar su deseo de tener su propio negocio de café, está a punto de cumplir su propósito en un local de Ayacucho.

Foto:

Cortesía Martín Villaneda

A un costado de la casa se encuentra un quiosco donde se hace todo el proceso de pesar, fermentar, lavar y seleccionar el café. A un segundo piso de madera, bastante inestable, Yesid lleva el café una vez está lavado para, finalmente, ponerlo a secar.

Cristian Raigoza y Jennifer Bravo, dos jóvenes que en una pasantía en Bélgica aprendieron todo el proceso del café, son los otros héroes de esta historia. Ellos, en cuanto regresaron a Colombia, se pusieron en la tarea de emprender con base en lo que habían aprendido.

Entonces, no solo crearon Rituales Compañía de Café, en compañía de Joan Molina, sino que bajo la premisa de tener un factor diferenciador, innovaron en diferentes aspectos dentro del proceso del café. Uno de ellos fue el tueste del grano, para el que en unión con una empresa de ingeniería colombiana, y tomando un diseño implementado en Alemania, construyeron una máquina que cumple esa función y es única en el país. Tanto, que más de 70 empresas regionales de café acuden a ellos para esta labor.

Luego, tomaron la iniciativa de conseguir un buen grano de café para preparar sus productos.

Gracias a un contacto cercano se dieron cuenta de que en el barrio La Sierra, aquel del que se tenía la concepción de ser un lugar lleno de malandros e inseguridad, existía una cultura cafetera y había personas que se dedicaban a ello.

Decidieron ir a mirar y saber qué tal era lo que allá hacían y se dieron cuenta de que era uno de los mejores granos de café que habían probado. Se sorprendieron, porque no esperaban tanto.

Rituales Compañía de Café

La idea de Rituales nació, según Jennifer, “porque todo el proceso del café es un ritual. Desde que se siembra hasta que se prepara. Y hay que tener todo el cuidado posible para no dañar el grano que se cultivó con tanto amor desde la finca y que ustedes se van a tomar. Entonces, todo el proceso se debe hacer con la mayor pasión y brevedad posible para poder transmitir en una taza de café, una historia que hay detrás. Por eso es Rituales”.

Luego de su regreso a Colombia y de tener todo un plan de negocio establecido, Cristian y Jennifer necesitaban un distribuidor de su principal producto. En cuanto se contactaron con los caficultores de La Sierra, no tomó mucho tiempo concretar los procedimientos para comenzar a hacer negocios con ellos.

Incluso se les vino a la mente la idea de remunerar el trabajo de estas personas con una mayor cantidad de dinero de lo que lo hacen normalmente otras entidades o empresas, y así lo hicieron.

“Si ellos tienen buenas condiciones de trabajo, se les paga, se les trata bien y sienten que uno valora el trabajo que están haciendo. Los resultados se van a ver cuando el cliente esté sonriendo luego de probar la taza de café que tenga en sus manos”, afirma Cristian. Un ejemplo de esto es que recién comenzaron a trabajar Yesid le pidió a Cristian comprar un animal para transportar la carga.

Barrio La Sierra

La violencia marcó una época del barrio La Sierra.

Foto:

Daniel Bustamante. Archivo EL TIEMPO

Esto porque los kilos de café que se procesan en la Microcentral de Beneficio deben ser transportados hasta la ciudad y recorrer un sendero desde la finca hasta la zona urbana más cercana. El recorrido toma aproximadamente 20 minutos, para quien no cargue con mayor peso.



Yesid no estaba acostumbrado a atender grandes pedidos, por lo que de un momento a otro tuvo que comenzar a cargar los 90 o 100 kilos en sus hombros y llevarlos hasta el paradero de bus más cercano. Por eso llamó. En estos momentos tienen tres bestias.

“Yo le agradezco mucho a Rituales”, dice Yesid, mientras se sienta en el suelo para separar los granos de café maduros de los pintones, aquellos que tienen color verde y requieren de un poco más de tiempo para su maduración.

Mientras señala los granos verdes, continúa: “Vea, a mí un grano no me sale así. Yo no recojo un café que no le vaya a servir a los patrones. Las cosas hay que hacerlas con amor para que los clientes estén contentos y a ellos les pueda ir bien”.

—Y a ustedes también, ¿no cree?

—Lo que pasa es que hay que pensar primero en la confianza que ellos nos están dando al pagarnos más de lo que los demás lo hacen y rendirles bastante bien en el trabajo. Yo podría dejar ir estos granos pintones y ellos ni cuenta se dan, pero es mejor hacer las cosas con dedicación y esfuerzo para que todo salga bien. Al final, si a ellos les va bien, a nosotros también. Por eso hacemos las cosas así.

Documental que visibilizó La Sierra

En el 2005 la periodista Margarita Martínez y el cineasta Scott Dalton lanzaron un filme que retrataba la vida de tres jóvenes inmersos en la guerra que en ese entonces se vivía en La Sierra.

El documental, que lleva el mismo nombre del barrio, fue controversial por su contenido: algunas personas decían que estigmatizaba al sector y generaba mala imagen; otras personas afirmaban que retrataba su realidad cotidiana; algunos, incluso cuando el documental presenta imágenes fuertes, reclamaban que lo que ahí se mostraba no era ni una pequeña parte de la realidad que allí se vivía.

Lo cierto es que para ese momento la percepción que se tenía del barrio no era positiva. A partir de ahí, los habitantes de La Sierra se han propuesto hacer conocer a su barrio por la cultura cafetera y su creciente vocación caficultura.


ZETI KEOPS ESCOBAR ISAZA

Para EL TIEMPO

Medellín